19.4.07

Y se sabe...


Y se sabe...

Que aquella lluvia se secaba
sobre el metal expuesto a resolana.
Agudos chirridos de madera
buscando acomodo, espacio,
se escuchaban cual agónico llanto
y la inhumana inercia le absorbía
al centro del concierto,
ignorando la llegada de mañana.

El sol no escapaba aún del todo
y sus marchitos rayos reflejados
sobre el espejo gris-agua,
parían mil duendes que, danzando,
celebran la fiesta de la huída.
Los ojos de las flores se cerraban
presintiendo en el cansancio sobresaltos,
resignadas al injusto desafuero
que convertido en ley se impuso
en inútil dormir viviendo menos.

Surgieron nuevos seres y, despacio,
la madera abandonó su llanto triste,
el espacio extendió bajo las nubes
y el cielo se llenó de sus luceros.
Los rayos se llevaron a los duendes,
el metal fue manchado por las gotas,
nueva música surgió de madrugada
y se sabe que... ¡se abrieron los ojos de las flores!


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